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Vuelve Lula: ¿vuelve UNASUR?

Vuelve Lula: ¿vuelve UNASUR?

Publicado: 2022-10-31

El día de hoy se anunció que Lula da Silva ganó las elecciones presidenciales de Brasil por tercera vez. Aunque América Latina y la comunidad internacional se habían acostumbrado a ocho años de una política exterior brasileña dinámica dirigida por da Silva –una que intentó forjar un proyecto regional que podría liderar a través de iniciativas como UNASUR– con la llegada de Bolsonaro al poder –sumados a los caóticos mandatos de Rousseff y Temer– el interés de Brasil por formar un sólido esquema de integración regional sudamericano se disipó; y, por más contraintuitivo que pueda resultar, ello no fue una aberración de la historia diplomática brasileña, sino un reencauce a su normalidad. Sin embargo, todo podría volver a dar un giro de ciento ochenta grados con el regreso del líder de “O Partido dos Trabalhadores”.

A diferencia del continente europeo, cuyos Estados cedieron total o parcialmente potestades soberanas como la política monetaria, la decisión final en cuestiones jurisdiccionales, una política exterior y una de defensa compartidas, entre otros; los Estados latinoamericanos son más reacios a ceder dichas atribuciones a instituciones regionales supranacionales como un Banco Central Europeo o un Tribunal de Luxemburgo.

Esfuerzos ha habido, con mediano o poco éxito, pero ha habido. Algunos de ellos aún se mantienen con vida y relativamente dinámicos: la Comunidad Andina y el Mercosur son los mejores ejemplos. Iniciativas que surgieron en el Siglo XX y que se convirtieron en alternativas para lograr la anhelada –por algunos– integración sudamericana. No obstante, ambos también son el mejor ejemplo de esa resistencia latinoamericana a ceder atribuciones soberanas. El Parlamento Andino, por un lado, solo emite decisiones no vinculantes para los cuatro Estados miembros que aun mantienen vivo a este esquema de integración; mientras que, en el Mercosur, entre sus dos miembros más grandes, Brasil y Argentina, aún no se han forjado cadenas regionales de valor, lo cual resultaba ser el objetivo principal de este esquema sudamericano del Este.

Pese a ello, en la década de los dos mil, y reconociendo esta característica propia latinoamericana, surgió un nuevo modelo integración que restaba importancia a la creación de instituciones supranacionales y, por ende, la cesión de potestades soberanas: el llamado “regionalismo ligero”. Un concepto acuñado por el profesor alemán Detlef Nolte, que hace referencia a esfuerzos como la Alianza del Pacífico, el ALBA o el PROSUR, tres esquemas de integración sin parlamentos, sin secretarías técnicas, sin ningún atisbo de que un Estado miembro pueda “perder” su tan preciada e íntegra soberanía. Uno de ellos se convirtió en un éxito que, si bien ha perdido cierto protagonismo, aún tiene bases sólidas: la Alianza del Pacífico, formada por México, Perú, Chile y Colombia.

De un breve repaso histórico al regionalismo latinoamericano, además de la frágil institucionalidad o la desidia de los Estados por ceder poderes supranacionales a instituciones regionales –produciendo entidades latinoamericanas sin una verdadera fuerza políticas o ejecutora– se asoma, entre los proyectos que resultaron exitosos en su momento, que las coincidencias ideológicas entre gobiernos son un factor –quizá el más importante– para el éxito o el fracaso de un proyecto integrador en la región. Ejemplo de ello son UNASUR y PROSUR, proyectos integradores de distinto método en América del Sur que lograron tener éxito o ser creados gracias a que los Estados que los integran o integraban tenían gobiernos afines; por un lado, UNASUR tuvo su mayor dinamismo durante la llamada “pink tide” que fue la expresión utilizada para evidenciar la coincidencia temporal e ideológica de varios líderes en la región que procuraban ser de izquierda (v. Hugo Chávez, Michelle Bachelet o el propio Lula). Por otro lado, PROSUR se creó gracias a un factor similar: coincidencias –o al menos, no conflictos personales graves como los de García y Chávez en 2006– entre los líderes de la región (v. Duque, Piñera o Vizcarra).

La sincronía ideológica de los gobernantes y la diplomacia presidencial es un factor importante para el resultado final de un proyecto regional de integración en América del Sur. Por ejemplo, a inicios del Siglo XXI, Brasil –liderado por da Silva– concitó grandes expectativas dado que intentaría liderar un proyecto de integración sudamericano como alternativa al tradicional marco que apostaba por una integración de toda América latina. El proyecto de UNASUR hizo pensar de forma optimista en una futura consolidación de una región sudamericana y una presencia internacional de la región que se desprendiera de la influencia de Washington.

Sin embargo, como ya hemos visto, el regionalismo sudamericano suele depender de sincronías ideológicas entre gobiernos y de la diplomacia presidencial, de tal manera que las expectativas sobre el proyecto de integración sudamericana se disiparían tras el término de la presidencia de Lula da Silva y una subsecuente disminución del entusiasmo brasileño por la región. La estocada final al UNASUR fue cuando el organismo fue visto como inoperante y cuando el gobierno de su segundo mayor impulsor, Venezuela, empezó a ser visto con malos ojos por el resto de la región; así países como Argentina (entonces liderada por Macri), Chile (por Piñera), Colombia (por Duque), Paraguay (por Abdo), Perú (por Kuczynski) se retiraron o suspendieron su participación de la organización.

Pero, retomando el papel de Brasil en el regionalismo sudamericano, su falta de compromiso estatal con el proyecto de UNASUR –pues en 2018 también se retiraría del organismo– acentuaría los cuestionamientos sobre si su liderazgo respondía a un verdadero sentido integrador o solo era una forma de legitimar su hegemonía en la región y hacer un contrabalanceo a la influencia estadounidense en América del Sur y, eventualmente, obtener un mayor protagonismo a nivel global. En pocas palabras, la instrumentalización de la región como una plataforma para la proyección internacional.

Durante años, Brasil ha sido un país aventajado en la región y es por ello que posee un producto bruto interno que supera largamente al resto de países en todo América Latina (a excepción de México). Por otro lado, es de los pocos países de habla no hispana en esta parte del mundo, por lo que su identificación cultural con el resto del vecindario se profundiza más; y aún más cuando se tiene en cuenta que su transición de colonia a República no fue llevada a cabo por gestas libertadoras como las de San Martin o Bolívar, sino que tuvo un Imperio de propio derecho cuando en el vecindario las repúblicas empezaban a asomarse.

Brasil, evidentemente, tiene la capacidad para liderar a la región; tiene suficiente presencia individual en instancias multilaterales, como en Naciones Unidas, y una chequera lo suficientemente fuerte para empezar o sostener proyectos regionales en América del Sur, empero no ha tenido la voluntad, ni históricamente ni en los últimos doce años, de liderar a Sudamérica hacia un proyecto integrador serio que canalice los intereses de cada uno de los Estados ante el resto de la comunidad internacional.

En este nuevo período, Brasil encuentra que su nuevo gobierno –el de Lula– coincidirá ideológicamente –o eso parece– con los gobiernos que actualmente conducen los designios de los Estados en la región: Alberto Fernández en Argentina, Nicolás Maduro en Venezuela, Pedro Castillo en Perú o Gustavo Petro en Colombia; todos de izquierda. Coincide también con la poca relevancia que López Obrador le da a su política exterior, en general. Es decir, por un lado, encuentra vivo el factor más importante para el éxito de un proyecto integrador sudamericano: la sincronía ideológica; y, por otro lado, encuentra que la otra potencia regional no tiene interés en un proyecto integrador latinoamericano.

Es en ese contexto, en el que Lula asumirá su tercer mandato, en el que tendrá la oportunidad y el desafío de renovar el liderazgo regional brasileño y, desde la capacidad material y política que tiene Brasil, sumarle una verdadera voluntad que pueda despejar las dudas de si ese liderazgo solo pretendería legitimar su hegemonía en la región o dirigirá a América del Sur –o quizá a América Latina– a fortalecer su presencia a nivel internacional.

Lima, 30 de octubre de 2022.


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